El otro lado
Ocuparme de
mí misma conlleva mucho esfuerzo mental en el día a día.
No estoy acostumbrada
a hacerlo.
Por muchos
años acepté que todo me dolía y creí que debía ser así, que todo dolía y yo debía
aguantarlo.
Después me
dijeron que no, que así no es. Me lo explicaron y me dijeron “si vos hacés
esto, y te esforzás mucho mucho mucho, tal vez puedas no sentir tanto dolor de
todo”.
Lo intenté,
me esforcé mucho mucho mucho. Me esfuerzo mucho mucho mucho para que no me
duela todo y juro que a veces funciona.
Para eso,
tengo que estar pendiente de mí, de esquivar lo que dijo aquel, de no hacerme
cargo de la mirada de tal, de no creer que no merezco pasar primera en la fila
aunque esté primera en la fila del tren. Cada acción, me requiere ese esfuerzo,
de dejar de sobre analizar e intentar dejarlo ir y que todo siga su curso
natural.
Para que
todo siga su curso natural, yo tengo que desviar mi naturaleza salvaje de
permitir que todo duela, que todo sea horrible y que todo aterrice en mí para
el goce del destrozo.
Nadie sabe
cuánto me cuesta, tampoco es algo que diga mucho. Pero me cuesta la vida.
Hay días
que un 70% de mí, está cansada de contener mi propia naturaleza y desea dejarse
estar. Que venga la maleza de lo que no quiero y me cubra toda, me infeste de
oscuridades e incertidumbres eternas y solitarias.
Hay otros
días que laburo a todo motor, que creo que ha valido la pena llegar viva a mi
casa y que lo que tengo lo merezco y me hace feliz.
Ocuparme de
mi entorno es una suma pesada, horrible y avasallante. Por eso cuando comencé a
caminar hacia liberarme de pesos muertos, tuve que hacer literalmente eso,
dejar ir a las personas que eran peso muerto en mí, que ocupaban espacio en mi
disco duro del entorno.
Personas por
las que yo me preocupaba y ellas no por mí. Tuvieron que explicarme a la fuerza
que de nada sirven. Así que las dejé ir, con partes mías, pero necesitaba que
se fueran.
Me quedó
muy poco, es todo muy reducido a mi alrededor, es lo que puedo llevar conmigo
todos los días.
Entonces
manejo un poquito menos de culpa al levantarme, puedo preguntar por tal o
pensar para mí si estará bien. Restar otro poquito de culpa de poder caminar
hacia mi trabajo. Recordar que tal me abrazó y yo también y se sintió bien y
sentir que merecí ese amor, sin vergüenza. Sacar otro poquito de culpa al
subirme al subte y ocupar espacio por estar viva y así.
Las
personas que manejo en mi entorno se quedan acá porque ellos deciden quedarse,
como saben que a mí me cuesta ellos también se esfuerzan conmigo y se quedan.
De pronto
vienen y me dicen que soy mala persona, porque no estoy incluyendo a otro que
dejé ir hace tiempo. Me inyectan una vieja culpa “mírate, mala persona, no
ocupándote de otro ser que no se ocupa de vos, cómo no vas a ocuparte de otra
persona que no se ocupa de vos, deberías ocuparte de otro, porque ese otro
alguna vez se ocupó, aunque ya no más. Cómo no vas a hacerlo, el rencor te come
por dentro por no ocuparte, cómo no te va a importar, qué clase de persona sos
que no te importa, cuánto rencor y cuánto odio que tenés adentro”.
Les explico
que me importan igual, tengo un pequeño espacio donde la gente que ya no más,
me sigue importando y a veces pienso en ellas, desde un lugar de niña. Les
pienso y les añoro y los recuerdo cuando yo creía importarles y ellos también,
y de hecho me hacen feliz esos fragmentos casi cínicos de viejas relaciones.
Pero
también les explico que no puedo volver a darles lugar del todo en mi entorno,
hacerlo implica restar espacio para el trabajo que soy yo. No puedo decirles
que me da culpa ocuparme de mí, lo cual es totalmente cierto. ¡Me doy cuenta
entonces… qué culpa me da!, cómo voy a ocuparme de mí tanto tiempo??, me están
pidiendo que debo pensar en otros, otros que no piensen en mí pero debo
ocuparme de ellos porque pertenecían a mis viejos vínculos, tal vez por lazos
sanguíneos, tal vez porque sí.
No puedo no
ocuparme, hay que dejar en stand by todo este proceso de gastar recursos en
mantenerme estable, no es culpa de la gente a la que no le importo, debo
hacerme espacio. Para aquella persona y para otros que también dejé ir. Tengo
que ampliar el espacio, a la mierda la pizca de amor propio, a la chiru
cualquier tipo de estabilidad. A la papelera de reciclaje el discurso de la
responsabilidad afectiva, evitar la autodestrucción queda para otros momentos.
Se desarma las promesas de futuro, el amor real a otros, se detiene el estoico
desarrollo de ser mejor que antes.
Me detengo,
porque ahora me duele todo de nuevo. Lloro en algún baño encerrada y en
silencio porque me da culpa un espacio más propicio para sentir y no le digo a
nadie, porque tampoco merezco ser escuchada y me guardo las ganas de morir,
porque me merezco tenerlas grabadas a fuego en el pecho. Porque esto es el
curso natural de las cosas, ¿qué más podía esperar que pasara? Esto es lo que
siempre debió ser.
Lo mismo,
lo crudo, el otro lado.
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