Añoro

Mis papás se divorciaron cuando yo tenía 21 o 22.

La separación fue horrorosa.

Si mis padres hubieran sido famosos, aquel divorcio habría sido terriblemente polémico, el móvil de intrusos hubiera estado en la puerta de mi casa por mucho tiempo, encuestando a doña Gladys, mi vecina, sobre la policía, los gritos, las visitas. 
Los portales de espectáculos cubrirían notas "habla la prima de Marcela y cuenta la verdad de la ruptura", tal vez serían tt en Twitter, habría bandos tipo Pampita y Vicuña, no pararían de hablar del tema por semanas; a ese nivel de polemiquismo habría llegado el divorcio si hubiera salido a la luz.

Al llegar al final de la separación legal, yo me vine a vivir a Buenos Aires (por primera vez, bah no, pero sí). Mi casa familiar, donde habité 15 años se vendió y se repartió mitad y mitad entre mis padres.

No pude volver para llevarme mis cosas. Mi papá seleccionó, vendió y regaló y así se hizo la mudanza. 

Tengo un sueño recurrente en esa casa. Un sueño latente de estar ahí. 
Miles de sueños se sitúan en esas paredes de las que no me pude separar.

Mientras vivía ahí mi casa me daba vergüenza, porque las de mis compañeras eran grandes y lindas, y la mía era vieja y estaba alejada de todas. No la habíamos repintado nunca.
Pero ahora que ya no vivo ahí, añoro. Porque reconozco que transcurrió allí mi traspaso a la adolescencia y reconocí con consciencia absoluta que ese era mi hogar.

En esa casa tuve mi pieza propia. 
Construí un espacio propio, donde las paredes eran rayones y fotos de Angelina Jolie y muñequitos chiquititos en cualquier superficie. 
Libros sobre el escritorio, cajas llenas de papeles con poesías malas y jóvenes.
Recortes, parches, semillas para los hamsters, una cajita para que duerma la perra.

Añoro a lo que nunca volví. Recorro mi pieza con un mero recuerdo y me pregunto si tenía algo abajo de la cama, qué guardaba en los dos roperos que tenía. 
Si habré guardado las carpetas de la secundaria o sólo cosas de la carrera que abandoné.
Es una habitación que llené con tiempo, con paciencia, pasito a pasito durante quince años.
Fumé a escondidas y más de grande fumé con libertad de cuasi adulta.
Cambié mi piel entre esas cuatro paredes.


Sigo preguntándome qué habrá pensado la gente que compró la casa, qué habrán pensado de mi habitación. Del "fuck" marcado con fibrón  en el techo, justo cuando entrabas, de las tantas frases o pedazos de canciones de Kimya Dawson escritas con lápiz en las paredes. 

Cuando me fuí de esa casa no me importó nada. Necesitaba salir, despegarme. No me importaba la pieza, ni el patio, ni la piecita de la mugre en el fondo o la cocina que pintó mi hermana y mi vieja. Me quería ir porque me sentía asfixiada de todo eso. 
Pero me fui sin darme cuenta que nunca iba a volver y es muy difícil hacer un cierre tantos años después.

No me queda nada de esa casa, me angustia que no me quede nada, entonces sueño con que vuelvo, con que estoy ahí, con poner la llave en la puerta de madera. Reconocer el piso del falso marmolado típico en todas las casas del barrio. Que recorro el pasillo a las habitaciones con la enorme biblioteca en el medio.Llego a mi cuarto, empujo la puerta con fuerza porque siempre se traba. Observo el patio desde la ventana, el sol tibio que se siente desde la cama, siento con las yemas la frazada de mi abuela, que la reviste, espero los sonidos típicos de la casa y espero y espero y finalmente llega la sensación de que nunca me fui y que pertenezco a un lugar que también me pertenece.




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