EL AULA 19

Cuando estudiaba Letras nos juntábamos con mis compañeros en una ala alejada del resto y nos poníamos al sol, en los balcones. Del lado interno habían algunas aulas que no eran usadas y estaban cerradas con llave.

Un día nos encontramos con que el aula 19 estaba abierta. Cuidamos que nadie nos mirara y entramos.

No parecía un aula sino más bien un despacho de algún profesor, pero todos los despachos estaban en el 2do piso. Y tampoco era un despacho, más bien parecía el living de una casa. El suelo estaba alfombrado, habían sillones tapizados con flores, un armario de madera oscura con tazas y platitos de porcelana, una tele de tubo, una mesita de luz y también un velador.

Por supuesto que este lugar comenzó a formar parte de nuestro mundo. Cada vez que llegábamos nos tirábamos en los sillones y nos desconectábamos del resto del ámbito facultativo.
El aula 19,de alguna manera, era como volver a casa. Un lujo imposible para todos ya que vivíamos lejos del campus universitario y eran horas de ida y de vuelta.
Nuestras reuniones, recreos, momentos de estudios ante algún parcial eran en el aula 19. Grabamos hasta un corto adentro del aula.
Alguien la había dejado abierta una vez por error y jamás imaginó que cinco estudiantes se adueñarían del espacio.

Zarrechi apareció un día con un anafe y argumentó que teníamos una pava adentro para hacer mate. Muñoz vino con una reproductora de VHS para conectar en la tele de tubo y mirar pelis, pero después fue en vano porque Di Cesare le puso una antena y agarrábamos los canales de aire.
Se guardaron algunas bolsas de dormir en el armario desde aquella vez que nos quedamos tomando birra en el almacen de la villa Flores que rodeaba el campus y nos terminamos durmiendo en los sillones todas amontonadas. Descubrimos así que podíamos quedarnos y que nadie se daba cuenta.

Pronto el aula se llenó de rincones donde cada una ponía sus cosas, productos de higiene, una pequeña biblioteca, una cajita con arroz, lentejas y fideos. La estantería con especias, las paredes con fotos nuestras en el lugar donde eramos felices, o sea allí en el aula 19. Abrigos, ropa de pileta, juegos de mesa, un ventilador, un altar chiquito para rezarle a Ricardo Fort y que nos ayude a aprobar.

Cuando llevamos a Toti al aula cometimos el error de confiarnos demasiado.
Teníamos muy metido adentro que el aula era nuestra, que todo lo que vivía adentro también era nuestro, las plantas eran un gran ejemplo, por eso llevar a Toti nos pareció lógico.
De más está decir que creímos que además de lógico nos parecía útil que Toti cuidara la casa. Pero lo arriesgamos todo sin saberlo.

Bonatti, la profe de literatura austríaca pasó por fuera del aula 19 y vio a Toti en la ventana ladrando, se arrimó para hacerle mimos y se quedó mirando hacia el interior. En ese momento estaba Muñoz lavando la ropa en un balde mientras miraba el noticiero y Martinez estaba preparando unos fideos para cuando saliéramos de cultura grecolatina, así que ninguna de las dos prestó atención a Bonatti mirando.
La profe dio la vuelta e ingresó por la galería a tocarnos la puerta, nadie le respondió, salvo Toti que ladraba. Entonces dijo "chicas ya sé que estan adentro".
Resultó ser que Bonatti vivía más lejos que nosotras de la facu, que había visto el espacio y le había interesado, quería saber si se pagan expensas y cuánto venía de luz y de gas.

Comenzamos a cobrar una mínima suma para que pudiera compartir espacio con nosotras, pero Bonatti le dijo a la profe de metodología cuyo auto había quedado en el taller averiado y viajar le estaba consumiendo mucho tiempo, esta le avisó a Grivelli, el profesor de Literatura Alemana y así hasta que el aula 19 ya no era nuestra, era de los profesores que no querían volver a sus casas.

La gente entraba y salía del aula, tenía invitados, preparaba festines, etc. Los profesores querían corregir y se quejaban de que Di cesare escuchaba música muy fuerte o que Toti estaba arruinando la alfombra.
Así que un día nos juntamos las 5 en el balcón y decidimos echarlos a todos para volver a lo que siempre había sido, nuestra aula 19.
Nos dispusimos a dejar ir el ingreso extra apenas termináramos de rendir el final de introducción a la literatura. Volvimos con nada más que decisión, ni nos interesaba qué había puesto Muñoz en la pregunta 5, ni si el recuperatorio sería más difícil, íbamos a echarlos a todos pesara a quien le pesara.

Pero nunca pudimos regresar. Cuando llegamos el aula era un aula más, tenía bancos, un escritorio para el profesor, la alfombra no existía. No había noticias de Toti, ni de las plantas ni nuestra pequeña biblioteca. Nos quitaron todo, el sentido de pertenencia, las pertenencias en sí y nuestro negocio. Pero jamás olvidaremos los hermosos 2 años y medio en el aula 19 de la facultad de letras.

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